martes, abril 17, 2007

De Paisa a Soldado IX

“Los Prusianos”

Finalmente ha ocurrido. Un tipo me ha sacado de quicio, al quitarme un pedazo de carne en el rancho, creo que el único pedazo de carne que he visto desde que estoy acá. Es un tipo poco más alto que yo, de nariz aguileña. Ante mi reclamo, me ha dicho que consiga algo con los “cabos”, que para eso les chupo el pico. Parece creer que me dan cosas que a ellos no. Me he enfurecido realmente.

- Si estoy aquí conchatumadre, es precisamente para ganarme las cosas y vivir la misma suerte que todos. Podría estar de vacaciones, podría estar en cualquier parte, pero he querido vivir esta wea como cualquiera de acá. Nadie me regala nada. Como lo mismo que tu y cago donde mismo también.

Estoy gritando y no me doy cuenta. La rabia me vence:

- Te regalo el pedazo de carne maricón y muerto de hambre. El día que quiera te gano, el día que quiera te saco la chucha.

Y hago algo absolutamente estúpido. Dejando la bandeja a un lado le doy vuelta su comida encima. Ramos llega antes que pueda tocarlo, me controla con una facilidad impresionante. Alegría toma mi bandeja y se la da al pelao. Entre Fredes, Alegría y Ramos, me convidan comida y hacen que me siente con ellos. El cabo Ortega lo ha visto todo y tomando la bandeja del otro pelado que es la que tengo yo (la mia se la entregó Alegría al agredido). Me pone al medio de un peladero a comer parado y al sol.

Soy el único sancionado, he sido un bruto. El otro pelado me saca pica desde el interior y saborea mi comida y mi pan. Con la bandeja en la mano, caliente, de pié y al sol inclemente que hay en enero en la zona central, se me cae la mitad de la muy parcial ración que me han convidado los chicos de la tercera. Quedó muerto de hambre y humillado. El calor y la luz me provocan un terrible dolor de cabeza.

De vuelta me voy a tombitos y haciendo satélite alrededor de la compañía. Cada adelantar a la compañía es un infierno peor que el otro. En ese sentido no sólo tengo que hacer más tombitos para alcanzarlos, sino también es cuesta arriba, como hacia una loma. En el otro sentido, soy apurado por mi cabo, quien no me deja pararme bien al seguir por la pendiente hacia abajo. Transpiro mucho, estoy muy mariado. Al llegar a la cuadra mi cabo Ortega me ordena quedarme pagando de brazos, mientras el resto hace lo que tiene que hacer, me grita con voz violenta y me exige una respuesta:

- ¿Por qué Fuenzalida? ¿Que te pasó?

No puedo responder, estoy muerto de calor, casi desmayado y no puedo ni hablar, mientras las flexiones me matan, cada una es peor que la anterior, siento como tiritan mis brazos. Pero cumplo, es lo que se me ordena, es lo que debo hacer. A duras penas me levanto y le digo fuerte y orgulloso:

- Cumplida su orden mi cabo, he pagado 30 de brazos.

Ortega me mira con una expresión muy dura:

- No tienes justificación. No me interesa saber tus motivos. Si se te respeta, nadie te quita nada. Te vas a cagar de hambre todo el día, por desleal. Desleal con la unidad, que también tiene sus motivos, que también cumple sus ordenes. La lealtad no exige reciprocidad. Has sido desleal conmigo, me has causado un problema ridículo. Desleal con los muchachos que te ayudaron y con el pobre weon que acabas de ofender. Si no hubieras hecho nada, lo hubiera aporreado y hubiera hecho ver que nadie te ha regalado nada. Hubieras pasado por generoso. Ahora eres un matón, desleal, histérico y pasado a caca. A parte de chupa pico, que no tengo idea que es, por que en el ejercito sólo existe una forma de ser: servir fielmente a la patria, hasta rendir la vida si es necesario, cumpliendo las ordenes de tus superiores, las leyes y reglamentos vigentes y poner todo el empeño en ser un buen soldado.

- A guardar tus cagás de cosas.... FILA!. SALIR A FORMAR LA UNIDAD!!.

Al entrar a guardar las cosas, me encuentro la mitad de una marraqueta en mi casillero. Salgo a formar y naturalmente están todos alineando. Llego último. Seré aporreado de nuevo, llegaré tarde a formar y por supuesto, Ortega sabe que será así. Llego hasta casi 3 metros de mi puesto y mi cabo Ortega ordena alto, quedo fuera de la formación, todavía jadeando por el aporreo previo. He corrido para poder llegar y no he alcanzado. Tengo rabia, pero sé que es lo que corresponde.
Empiezo a pagar de piernas, típicamente es lo más fácil para mi. Y Ortega lo sabe. La merma en mi resistencia es evidente con 150 sentadillas. ¿Se ha ensañado conmigo? Algunos en la compañía se ríen de mi, disfrutan ver como me llevan a la derrota inexorablemente. A punto ponerme firme me ordena tierra y yo obedezco en el acto. “100 de brazos comen...zar!!”. Tenso las rodillas y empiezo a subir, mareado y con sed. Trato de seguir el conteo con la voz en alto, pero en una flexión que no alcanzo a contar, un manto negro pasa por mis ojos. La tensión de mis brazos sólo me mantienen arriba, no puedo bajar, temo no volver a subir. Al menos no quiero dejar caer las rodillas, tenso las nalgas para mantenerme arriba. No quiero dejarme caer, yo no me puedo caer. Cuento, sacando todo el aire que me queda en los pulmones, un número inventado, por que ya he perdido la cuenta. Las manos me tiemblan y se me entumecen. Mi número ha sonado como un quejido de dudosa procedencia sexual y eso se paga caro entre puros hombres. Uy’s y mmm’s son proferidos desde algunas filas, no quiero mirar a nadie, demostraré quien es el mejor de todos, saldré de ahí victorioso. Antes de jadear, prefiero morderme los labios, no puedo bajar a la flexión, no sé cuando dure. Con los ojos cerrados siento como mis dientes muerden más fuerte de lo que creo y el sabor a sangre y las ganas de respirar hacen que abra la boca. Siento un lejano lamento. Soy yo y al escucharme quejando, la rabia que me doy por estar inspirando lástima y el sentirme traicionado por mi propia humanidad, unas lagrimas empiezan a caer desde mi ojos y mojan el suelo bajo mi cara. Tuve pena al ver a otros llorar. Yo me doy rabia. Y eso me hace llorar aun más. Me estoy sofocando por la sed, el sol permanente, las lagrimas y la sangre de mi labio. Al menos no me verán caer, esto tiene que parar en algún momento. Un temblor sube por mis muñecas y dejo de sentir mis brazos. Cierro los ojos y siento mi frente golpear contra el piso, entre la sangre, las lagrimas y el polvo se forma barro. No me duele nada, pido que todos estén mirando a otro lado, pero cuando giro la cabeza hacia el lugar donde está la compañía muchos aún sonríen por mi derrota. A otros no les importa. Siento barro, polvo y lagrimas en mis ojos. Debo verme como la imagen de un pobre weón. De esos que caen, de esos que sangran, de esos que a veces lloran, que no resisten y que se rinden. Debo verme tal como muchos querían verme.

Mi cabo Godoy me dijo: “Caerse y pararse altiro. Eso se espera de mi”. Busco mis muñecas mentalmente y tenso lo que puedo los brazos a la vez que abro la boca y sólo respiro tierra.

No soy capaz de seguir, no me puedo levantar. No me puedo mover. No queda nada de mi.

La unidad está en posición de descanso. De la tercera escuadra Fredes se tira al piso y empieza a pagar a partir de donde yo había llegado. En seguida Ramos, Alegría, Acevedo hacen lo mismo. No puedo levantarme, me duele todo el cuerpo. En el otro pelotón, Pardo los imita y otro más que se llama Peña. No tenían por que, ni siquiera es una opción, no les pedí que lo hicieran. Ortega los deja seguir y cuando terminan se ponen de pie y dicen: “Cumplida su orden mi cabo, pagamos 100 de brazos”.

Ortega no me mira, ordena giro a la derecha y que se cante el himno de la infantería.

Quedo tirado en el suelo, muerto de sed y calor. Mientras, se aleja la unidad.

No tengo idea que pasó, estoy como golpeado. Me levanto apenas. Apuro el tranco para alcanzarlos. Llego al paso al lugar de instrucción y pido autorización para unirme a la fila. Nos entregan un rifle de postones para practicar el “tiro de aire comprimido”. Ortega ha llamado a los de la tercera “Los Prusianos” y ha arengado a la unidad para que entienda el valor fundamental de la lealtad, que es gratuita y sin necesecidad de ser requerida. Desde ahora los “prusianos” son el ejemplo. Ellos son los mejores.

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